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Channel: El Clavo » Andrés Rodrigo Escobar Arias
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Cómo comprar la tanga brasilera…

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El hombre que quiere impresionar a una chica generalmente no tiene problemas para comprarle un regalo según las preferencias de la cumplimentada. Las escogencias suelen ser un ramo de rosas, una caja de chocolates, un par de zapatos o un vestido que generalmente le queda bien (porque en caso contrario, suele terminar como vestuario de halloween). Los más avezado$ suelen poner todos esos regalos uno por uno o en un solo paquete de una sola sentada. Hasta ahí todo normal, y no constituye una experiencia martirizante conseguirlos. Muy por el contrario, el hombre que es sorprendido haciéndolo es visto como un galán, un “Don Juan” o simplemente un padre de familia que olvidó el cumpleaños de su hijita querida.

Las cosas comienzan a ponerse color sotana chamuscada cuando nuestra víctima, como resultado de un juego de amigo secreto o similar, se pone de acuerdo con sus amigas (nótese que hablo en femenino) para que todos los hombres les regalen una tanga brasilera que vieron a precio de descuento (gordo, yo por allá las vi a tres por mil). ¿De cuándo acá se había visto una conspiración tan terriblemente cruel? Ya es toda una odisea entrar en la sección de ropa femenina sin que lo miren a uno como raro (la verdad, a mí me pasó). Y es cuando uno pregunta por la sección de ropa interior que se tiene la sensación de que algunas manos invisibles le han puesto en la frente un letrero que dice Bicho Raro haciendo StripTease, lo cual hace sudar petróleo.
Para los que no se han podido actualizar en lo tocante a moda femenina global desde mediados de los ochenta, acá va una descripción de una tanga brasilera promedio. Esta singular prenda de vestir (¡?) apareció en los años ochenta, en las playas de Rio de Janeiro. Por aquella época, algunos de nosotros estábamos comenzando a distinguir las diferencias entre una chica y un balón de fútbol. Muchos no habíamos visto ninguna mujer con el aspecto en que vino al mundo, excepción hecha de la autora material de nuestros días, y cierto día en televisión (accionada a carbón y en Blanco y Negro) vemos una toma de las playas de Rio de Janeiro, en la que aparece el glorioso enfoque de una garota vistiendo un vestido de baño singular. ¿Se le viene aquella imagen a la memoria, amigo lector? Apuesto a que usted también le dijo a su señora madre: “Mamá, en la televisión hay una señora mostrando las nalgas”. Esta prenda de vestir, conocida como tanga brasilera o tanga de hilo dental, ha evolucionado al punto en que uno ya no se pregunta cuál es la parte de adelante y cuál la de atrás. No. La pregunta que surge es: ¿y esto cómo carajos se pone? Una cosa, empero, no ha cambiado: cuando la escultural mujer la lleva puesta, sigue mostrando las nalgas.
Pero retomemos el hilo. Cuando la sección de ropa interior femenina aparece en nuestro campo visual, una singular escena se desarrolla ante nosotros: decenas de mujeres luchando a muerte por llevar tantas tangas como sea posible (no olvidemos que nos dijeron que las habían visto a dieciocho por tres mil). Esto generalmente conlleva a que un surtido se agote en cuestión de minutos, lo cual puede sumirnos en profunda congoja y desesperación, de no ser por una táctica sencilla y eficaz: basta con gritar “¡Están vendiendo juegos de lencería femenina a tres por uno!”, y el tumulto se desvanece como por ensalmo. Por qué, es algo que aún permanece como misterio. Pero este no es momento para respirar tranquilo, sino concentrarse. Pedir indicaciones es prohibitivo, de modo que lo que hay que hacer es desplazarse hacia la enorme cesta en la que reposa el surtido completo de tangas brasileras de a veintiuna por tres mil (¿O era de a treinta por dos mil?); el siguiente paso es introducir la mano hasta el fondo (de la cesta, por supuesto), hasta que todo el antebrazo quede sumergido en ese mar de prendas ambiguas. Hay que cerrar la mano, y luego extraerla del montón, con el puñado de tangas que se ha agarrado. No todas pasarán el examen visual, pero habrá un número mínimo de cinco que pueden hacer las delicias de nuestra amiga. Esas son las que hay que llevar rápido a la caja registradora, antes de que el enjambre de mujeres regrese al montón, a pelearse por llevar a su casa tantas prendas de hilo dental como sea posible (¿Mencioné que estaban a cuarenta por dos mil?). Al llegar a la caja registradora, lo más probable es que nos miren como bichos raros haciendo un striptease bastante meloso, pero no hay motivo de preocupación: estamos culminando la última etapa de nuestra odisea.

De todo esto surge una lección: Cuando le endosen una tarea tan escabrosa como esta, lo mejor es llevar a su hermana (o a su prima, o a su mejor amiga, o a su señora madre). Sí, lo van a mirar como bicho raro haciendo striptease, pero no hay de qué preocuparse. Todo queda en familia.


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